Para aquel que no lo sepa, le diré que soy una especie de mezcla entre hombre y oso. Hombre porque lo atestigua un cierto gen Y que me acompaña en el cromosoma, y oso porque tengo mas pelo que el desagüe de una peluquería....y mi culito no se escapa de esa característica tan capilar.
Pasó que hace algunos años, unos cuantos pelos rebeldes decidieron proclamar su propia república allí al lado del coxis, y para llamar la atención provocaron una infección de enormes proporciones que me llevó al hospital, fue un suceso bastante peculiar, lleno de desmayos, hojas de reclamaciones, intentos de soborno....y un despertar de la anestesia general que por el poquito pudor que aun me queda no contaré, llevándome el secreto a la tumba....eso sí, lo escribiré en un papel, por si alguien me lo quiere arrancar de mis dedos muertos y tiesos, que suena muy melodramático.
La síntesis de todo este episodio es que los médicos se limitaron a sofocar la revuelta dejando indemnes a los insurrectos pelillos antidemocráticos, que tendrían que esperar un año o dos a que se cumpliera su sentencia de muerte.....lo que nos lleva al meollo de este post.
Fué un amargo día de noviembre. Un pansinsal hambriento por culpa del ayuno forzoso al que me indujo un médico sin alma ni compasión se hallaba triste en su habitación. Habían profanado mi culete con una maquinilla de afeitar la mar de fea, me habían enchufado un enema a traición y puesto una batita llena de lunares que se reían de mí dejando mi pelado culo al aire. Así estaban mi ánimo y yo esperando que me llevaran al quirófano....y me llevaron. En una camilla y bocabajo, recorriendo el concurrido pasillo fuera de las miradas de los pacientes y familiares, pero con la risa callada de millares de enfermeras y médicos residentes del hospital universitario con mas personal en los pasillos del mundo. Al cruzar una puerta me esperaban el anestesista y dos personas más. Uno de ellos me dijo, venga chaval, que sólo será un pinchazo y ya mismo estás en casa, voy a prepararte en un plis-plas.... Po venga, illo, que tengo más hambre que una jauría de ardillas carnívoras....y él que no me iba a doler na de ná....
Un enfermero que no pasaría a la historia como el mas sagaz de ellos me suelta, casi sin querer, no vayas a mirar ahora....y miré, claro que miré....mi cabeza se giró lentamente en un ángulo que ni la niña del exorcista podría conseguir sin tortícolis para ver una aguja del tamaño de un arpón ballenero....el pánico tomó el control de mi cuerpo y tras saltar de la camilla a la velocidad de un isótopo radioactivo inicié mi huida pasillo abajo, dejando tras de mí espinillas doloridas y un brazo mordido...los enfermeros, incapaces de alcanzarme a la pata coja, recibieron la ayuda de un armario empotrado de dos por dos con vestimenta de segurata totalmente inmune a mis intentos de fuga. Este quillo me lanzó a la camilla sin miramientos ni cariños y me sujetó la cabeza contra la almohada mientras los enfermeros locos me agarraban las muñecas y piernas, y así, entre todos pudieron clavarme la maldita anestesia en la espalda. Que doló mas grande, dios mio de mi arma....que doló....igual si hubiera estado relajado sería otra cosa...pero así fue como ocurrió....
25 oct 2010
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