Al principio de los tiempos nos regalaron una especie de vehiculo a motor llamado renault 4L. Sus cuatro ruedas tenían el grosor, poco más o menos, de la rueda de una bici pequeña, su motor de cuatro marchas, poco potente, hacía tanto ruido como un avión, y sus cuatro chapas te mantenían protegido de la lluvia si no era muy intensa y te dejaba a merced del calor sevillano, ya que cinco minutos sin sombra le daban a su cubierta la temperatura de una supernova a punto de estallar, tanto en invierno como en verano, por lo que resultaba curioso estar sudando como lo haría un oso polar en el sahara a cuatro grados centigrados en la calle. Todo esto describe un vehículo bastante versátil, y sobre todo barato, ya que fue un regalo bien intencionado, y pese a lo que pueda parecer hasta ahora, muy agradecido por nuestra parte....un coche gratis cuando no tienes otro no es regalo baladí. El problema no fue el vehículo en si, fueron las circunstancias que lo rodearon. Nuestra falta de pasta nos llevaron a utilizar un taller mecánico un tanto peculiar. Nuestra intención, cambio de aceite y revisión general. La del mecánico, provocarnos un infarto múltiple de tamaño XXL. Eso sí, al César lo que es del César, el buen muchacho tuvo el detalle de buen mecánico de purgarnos el circuito de líquido de frenos sin que se lo pidiésemos, y claro para compensar, supongo, se olvidó de apretar el tapón que evitaba que tan necesario líquido se desparramara por toda la ciudad. Así, de esa guisa, con el desconocimiento de quien confía en un mecánico de coches, y con el retumbar de los mil grados centígrados del habitáculo nos fuimos camino de Sevilla Este regando con nuestro sudor cada milímetro cuadrado de asiento, salpicadero y cuanta cosa se acercara a nuestra piel. Nos paramos en un semáforo. Se puso en verde. Nos peleamos con la marcha. Nos pitaron. Sacamos por la miniventana el dedito de insultar y justo cuando estaba en ambar mi hermano consiguió meter la marcha y nos piramos a toda velocidad tras una preciosa sonata en fa menor de claxones e insultos. La segunda marcha entró sin problemas, y la tercera, tras dos intentos, se decidió a ir a su sitio. Total: 60 kilómetros por hora y acercándonos a una rotonda partida. La intención original era girar a la izquierda, pero pronto me di cuenta que al no bajar el velocímetro, y seguir como si tal rotonda no existiera, lo más probable es que mi hermano fuera a la derecha, así nos viniera bien o no. Cuando la rotonda se podía tocar con los dedos seguíamos a esa velocidad y empecé a pensar que mi hermano estaba tonto o algo así, por lo que giré la cabeza para decirle una barbaridad y me encontré con que en vez de ojos tenía dos huevos duros a punto de estallar. Eso no era una cara, era un rictus demoníaco de pavor todo lleno de ojos y boca, que estaba tan abierta que se podría colar un tren de mercancías, a la par que apretaba de forma compulsiva el pedal del freno sin que este se decidiera a frenar ni siquiera un poquito. Por nuestra izquierda venía un sorprendido renault megan que frenó lo suficiente como para no darnos un viaje que nos hubiera llevado a la luna, poco mas o menos. De frente, el bordillo de la rotonda nos miraba con cara de pasarselo estupendamente, y a nuestra derecha un coche la mar de tranquilo nos observaba mientras un diestro volantazo nos hacía girar en un metro cuadrado levantando dos de las cuatro ruedas y rechinando las otras dos mientras la energía cinética de la 4L dudaba entre estamparse contra los coches aparcados al lado de la acera, o hacerlo diréctamente sobre el quillo que ya no estaba tan tranquilo. De hecho su cara era un calco de la que teníamos mi hermano y yo. Dos enormes ojos llenos de pánico miraban nuestro vehículo a dos ruedas, girando a la desesperada y llendo directo a la señal de mercedes que estaba justo en medio de su capó. ël se echó a su derecha y nuestra furgonetita se decidió a poner sus cuatro ruedas en la calzada. La pitada que nos dieron nos sonó a ovación de las buenas, y sabernos a salvo de una estampada frontal nos soltó la risa. Dejamos que la inercia y el rozamiento se fueran haciendo uno decelerando poco a poco. Nos paramos, salimos del coche, lo cerramos y nos fuimoas a casa en autobús. Ya mañana, cuando se nos quite la caquita y el susto, llamamos a la grúa si eso....al del taller mejor lo llamamos otro día, que en la carcel no se está mu bien y tenemos un pronto mu malo.
Por cierto, cuando la arreglaron no tardamos ni un dia en empotrarnos a otro vehículo que no le parecío bien pararse en un stop y la declaramos siniestro total. El otro coche salió con un intermitente roto, y nosotros con el regalo camino del desgüace...cosas que pasan...
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